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Santa Digna

por Javier Iglesia Aparicio
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[? – Córdoba, 14 de junio de 853] Mártir y santa.

Según lo que nos cuenta San Eulogio de Córdoba en su Memoriale Sanctorum, Digna residía en el convento Tábanos, cercano a Córdoba, gobernado en esa época por Isabel. A Digna, que en su humildad se sentía indigna de su nombre, se le apareció en sueños santa Águeda y le entregó rosas y lirios para invitarla a prepararse al martirio; tras esto, la religiosa salió del monasterio y se encaminó a Córdoba donde reprochó al juez la crueldad para con Anastasio y Félix de Alcalá y confesó su fe haciendo un alegato de la Trinidad.

El juez, en consecuencia, ordenó decapitarla y luego colgar su cuerpo boca abajo al lado del río Guadalquivir junto a sus compañeros de martirio. Los tres santos se celebran juntos el 14 de junio. Iconográficamente se la representa vestida con hábitos monacales, generalmente los de la orden benedictina; lleva la palma del martirio y, en ocasiones, un cuchillo.

Santa Digna
Santa Digna

Este es el testimonio de Eulogio de Córdoba:

CAPUT VIII. Gesta Anastasii, Felicis et Dignae martyrum

2. Cumque dies illa maximum cursus sui expiens metabulum, jam pene in horam nonam divergeret, virgo quaedam adolescentula, merito et nomine Digna, ex collegio venerabilis Elisabeth, cujus rationem liber secundus edisserit, Deo revelante et confortante, ad palmam processit. Paulo namque ante martyrium suum, assistere sibi per somnium videt puellam, habitu et specie percomptam angelico, rosas ac lilia manu gestantem. Quam cum de nomine causaque sui exploraret adventus: «Ego sum, inquit, Agatha, olim propter Christum diris attrita suppliciis, et nunc veni partem tibi purpurei muneris hujus conferre. Accipe libens donarium, et viriliter age in Domino; nam reliquias rosarum et liliorum, quas in manibus servo, post te ex hoc loco datura sum migraturis.» Tali denique virgo sacratissima visu ac munere illustrata, cum e dextera colloquentis rosam susciperet, ruris admista coelestibus ab oculis intuentis elevabatur.

3. Haec autem puella, cum pro summa humilitate atque obedientia inter convirginales ultima se judicaret, essetque incomparabili apparatu obsecundatrix, nunquam tamen appellari se Dignam patiebatur, dicebatque cum lacrymis: «Nolite me Dignam vocare, sed magis Indignam; quia cujus meriti sum etiam nomine debeo insigniri.» Et cum a die revelationis suae, amore compuncta martyrii, tacito cogitamine, quibus ad id posset indiciis aspirare, saepius ruminare coepisset, fit affatim laetior horum instructa martyrio, quo quasi his praecedentibus haec firmiori gressus succederet ad coronam. Ideoque apertis silenter coenobii claustris, cum jam beatos pendere comperisset martyres, concito gradu judicem petens, cur fratres suos praecones justitiae trucidaverit, assertione intrepida percontatur. «An quia, inquit, Dei cultores existimus, sanctamque fideliter colimus Trinitatem, Patrem, et Filium, et Spiritum sanctum, unum et verum Deum fatentes, et omne quod ab hac credulitate dissentit, non solum negamus, verum etiam detestamur, maledicimus, et confundimus; idcirco confodimur?»

4. Haec et his similia sancto et immaculato ore disserente puella, nihil cunctatus arbiter, lictoribus decollandam committit, qui mox delicatis inferunt jugulum collibus. Nec mora consternatis corruens membris, equuleo deorsum versa suspenditur, caeterisque trans flumen adsciscitur. Hoc namque ordine hi tres vocati, Anastasius, scilicet presbyter, Felix monachus, et Digna virgo beata eodem die dispariter ceciderunt, XVIII Kalend. Julii, aera DCCCXCI.

CAPÍTULO VIII. Los hechos de los mártires Anastasio, Félix y Digna.


2. Y cuando el día aquel había recorrido la mayor parte de su curso y declinaba ya hacia las tres de la tarde, marchó a la palma del martirio por revelación y fortalecimiento de Dios una joven religiosa, por nombre y méritos Digna, de la congregación de la venerable Isabel, de la que dio razón el libro segundo. Y es que poco antes de su martirio vio en medio de un sueño que se le presentaba una muchacha adornada de un atuendo y una belleza angelicales, con rosas y lirios en su mano. Y al preguntarle por su nombre y la causa de su venida dijo: “Soy Águeda, despedazada tiempo ha por causa de Cristo con crueles suplicios; he venido ahora a darte parte de este purpúreo presente. Acepta de grado el obsequio y actúa valerosamente en el Señor, que el resto de las rosas y los lirios que guardo en las manos se las voy a dar a los que van a marcharse de ese lugar después de ti”. Finalmente, iluminada la santísima doncella con tal visión y obsequio, al tomar la rosa de la diestra de su interlocutora, -esta se fue elevando, mezclada con las brisas del cielo, lejos de sus expectantes ojos.

3. Por lo demás, esta muchacha, pese a considerarse por su suprema humildad y obediencia la última entre sus hermanas y ser servicial con incomparable esfuerzo, no obstante nunca sufría que se le llamase Digna y decía entre lágrimas: “No me llaméis Digna, sino más bien Indigna, porque se me debe señalar con un nombre apropiado a mis méritos”. Y como, punzada por el amor al martirio desde el día de su revelación, había empezado a meditar con frecuente y silenciosa reflexión con qué indicios podría aspirar a él, se puso bien contenta cuando la informaron del martirio de éstos (San Félix de Alcalá y Anastasio), porque con él, como si ellos la precedieran, se habría de aproximar a la corona con paso más firme. Por ello, tras abrir en silencio las puertas de su convento una vez se enteró de que ya colgaban los bienaventurados mártires, se dirigió rápidamente al juez y le preguntó con intrépidas palabras por qué había matado a sus hermanos, heraldos de la Fe. “¿Acaso -dijo- porque somos fieles de Dios y damos culto con fidelidad a la Santa Trinidad, confesando que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un único Dios verdadero, y no solo negamos sino que también detestamos, maldecimos y refutamos todo lo que disiente de esta fe, acaso por eso se nos mata?”

4. Al exponer la muchacha estas cosas y otras similares a éstas con su santa e inmaculada boca, el juez la entregó sin vacilar para que la decapitaran a los sayones, quienes enseguida aplicaron la espada a su tierno cuello. Y sin demora, una vez se desplomó sobre sus abatidos miembros, fue colgada boca abajo de un patíbulo y añadida a los demás al otro lado del río. Llamados, pues, por este orden estos tres, a saber, el presbítero Anastasio, el monje Félix y la bienaventurada monja Digna, cayeron por separado el mismo día, el 14 de junio del año 853.

Latín: Memorialis Sanctorum, Liber III, cap. VIII; castellano:  Obras completas de San Eulogio de Córdoba, págs. 152 – 153

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